jueves, 27 de diciembre de 2007

Historia de La Giralda

En 1930, un andaluz, Francisco Garrido, instaló una sencilla lechería en la planta baja del edificio Nordmann, la llamó La Giralda. Pensó sin duda en la torre de la Catedral de Sevilla y tal vez, exagerando, en la cúpula imperio del propio edificio.

1936: se ensanchó Corrientes, "un juego de calles se da en diagonal" -como dice el tango- y del cruce de las diagonales surgió el obelisco, "ese pedazo de tiza en el pizarrón de la noche".
Al lado de La Giralda se instaló un restorán de lujo: La Emiliana.

En 1951 Antonio Nodrid compró La Giralda, conservó el nombre, la marca de chocolate del Andaluz: Colonial, y la tradición de los churros.

En 1960 y 1970, Corrientes amplió su oferta al público, ya era "la calle que nunca duerme", a los teatros se sumaron los cines y a los bares las pizzerías y las parrillas. Se convirtió en calle de bohemia y paseo obligado de familias los fines de semana.

La Giralda fue un bar abierto las 24 horas, atendía durante el día a los oficinistas y abogados de Tribunales, y por la noche a muchachos de pelo largo, pantalones de campanas, poleras negras o camisas búlgaras, y a muchachas con ponchos o faldas indias, camisolas estampadas o túnicas, bolsos tejidos y sandalias de cuero. Leían Rayuela de Cortázar, Eros y Civilización de Marcuse, El Hombre Nuevo del Che, a Sartre y a Fromm, a Benedetti y a Girondo, a tantos otros… Querían cambiar el mundo.

Actualmente, no está La Emiliana ni el teatro Politeama pero La Giralda sigue en pie atendida por los hijos y la nieta de Antonio Nodrid, y no ha caído en la moda posmoderna ni en otras decadencias, es fiel a sí misma, tiene el aspecto de hace cincuenta años. Al frente una ventana guillotina, una vidriera con chocolates, y entre ellas, la puerta de dos hojas. El piso es de granito, paredes cubiertas de azulejos blancos -como corresponde a las lecherías- y más arriba muros color beige. Cuatro aparatos de tubos fluorescentes y cuatro ventiladores de techo. A la izquierda el largo mostrador de madera, cinco campanas de vidrio, la máquina de café; y a la derecha el salón con mesas de madera y tapas de mármol blanco, las sillas clásicas de bar, un cuadro de la torre de la Catedral de Sevilla. No hay mucho más, no hace falta más, la magia se produce con apenas estos elementos. Porque a más de treinta años de distancia, de persecuciones y muertes inútiles, sucede que los muchachos de pelo largo y las muchachas con ponchos y bolsos tejidos siguen concurriendo a La Giralda. Están con sus libros, entre chocolates y churros, escriben poemas imprescindibles en servilletas o anotadores, entre cafés con leche y sándwiches tostados, discuten y ríen, imaginan y sueñan. Quieren cambiar el mundo. Sólo cuando esto ocurra, La Giralda cambiará con ellos.


Historia extraída de:
http://www.periodicovas.com

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